lunes, 23 de abril de 2012

Punta del Este, codiciado botín


El País Digital
Sábado 10.03.2012

Hasta que un inglés visionario, Enrique Burnett, recaló en nuestras costas en las postrimerías del siglo XIX, Punta del Este y su entorno (Villa Constitución hasta 1907) era un desolado paraje de grandes dunas movedizas. Con paciencia y tesón infinitos empezó a plantar los pinos que no solo fijaron el suelo y lo hicieron habitable, sino que le dieron a esta incomparable península una de sus características más preciadas. La armónica convivencia del mar y el follaje, en una exitosa combinación de costa expuesta con vistas marinas maravillosas y el refugio sedante del barrio jardín, bajo la luz y sombra de los pinares.
Sin embargo con el paso del tiempo, el interés de algunos, ya sea pecuniario (negocios), puramente venal, (coimas) o político (votos), ha llevado a que la arboleda emblemática de este privilegiado lugar se transforme cada vez más, en un bosque de cemento. No falta mucho para que sea muy difícil divisar un pino a la distancia, ya sea porque fueron tirados abajo o porque los tapa un edificio, tal como se puede apreciar hoy al hacer la curva en la rambla de la Playa Brava que lleva hacia el puente del arroyo Maldonado.
Arrasados completamente todos los árboles para levantar un edificio atrás de otro, (todavía en construcción) y como si no hubiera suficiente cemento por todos lados, tanto sobre la playa Mansa, (se discute la construcción de varias torres más, a la altura de la parada 16), las otras cercanas a la Punta, las de la península misma y las múltiples que están sobre la playa Brava, con el en su tiempo discutido fraccionamiento Lobos, pleno de rascacielos, ahora en la Intendencia de Maldonado se aprestan a sacar una nueva normativa para la zona todavía verde que queda detrás de las mencionadas construcciones en rincón del Indio.
Decisión que quedó disimulada tras el voluminoso estudio, (lo sería menos si no se repitiera tanto) del llamado desarrollo del Eje Aparicio Saravia, (el héroe nacionalista no está en el negocio) encargado a un ambientalista argentino, Ruben Pesci. Junto a la investigación sobre los humedales de la cuenca del arroyo Maldonado e idealistas planes de parquización a su vera, se observó que al costado de dicha Avenida hay, mejor dicho queda, un espacio subocupado.
Por lo tanto, hay que facilitarle las cosas al inversor que compró esas tierras para que termine definitivamente con la foresta que aún vive, para levantar allí unos 30 edificios. Primero iban a ser de 4 pisos, luego de 10 y ahora hasta 30, contando los garajes.
Pensando solo en mañana y no con amplitud de miras, como hizo Burnett o Lussich en Punta Ballena, plantando cientos de especies, y con el manido argumento de las fuentes de trabajo que produce la construcción, el Intendente De los Santos y su staff priorizan los negocios inmediatos sin detenerse a pensar en el nuevo daño que se está por hacer. Es no darse cuenta, si no es algo más turbio, que el inmenso atractivo de Punta del Este se halla íntimamente ligado a su naturaleza y a un estilo de vida y que su destino no es convertirse en un nido de torres, corrientes de aire y sombra multiplicada.
Deberían tener claro que los argentinos que descubrieron este sitio, que lo adoptaron y le dieron gran parte de su glamour, lo hicieron huyendo de la ciudad en que se había transformado Mar del Plata, siendo desde entonces mayoría entre los veraneantes.
Embriagados por el dinero que tienen en sus alforjas, algunos promotores inmobiliarios a los que solo les importa su negocio o desean invertir por la razón que fuera, cuentan con el apoyo de ediles y autoridades fernandinas que no tienen conciencia de que están matando a la gallina de los huevos de oro. No solo están vulnerando los derechos de quienes también invirtieron previamente y eligieron un cierto paisaje y contorno, que no era el de una ciudad, sino que se corre el riesgo de terminar como en aquellos lugares, (sobran ejemplos como el de la costa española) donde la prioridad fue construir y construir, hasta que aquello se vino abajo. Y ni que decir del peligro latente de la actual burbuja inmobiliaria. Es factible que este bello lugar del mundo, de corta temporada estival, termine convertido en una urbe fantasmagórica. La idea de crear una nueva Península en Rincón del Indio, con avenida y rascacielos, es un grave error.

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